En su artículo 91, la LOE reconoce como función docente la "participación en la actividad general del centro".
Dicho así, suena un tanto ambiguo. Podemos entenderlo como que debe haber un compromiso del docente con el centro educativo en el que éste desempeña su labor, lo cual creo que es importantísimo. En ocasiones, una excesiva movilidad de docentes de un lugar a otro (ya sea por interinidad, bajas y sustituciones o la búsqueda de un destino preferente) hace flaquear este compromiso, resultando en un funcionamiento deficiente del susodicho centro. De hecho, se corre el riesgo de que éste se convierta en un mero "lugar de paso"; no es difícil imaginar las consecuencias de esta condición en el ambiente del centro en general y en la calidad de la educación en particular.
En lo que respecta a la Fundación Tomillo, parece que pueden estar tranquilos. Ver semejante compromiso de los docentes con un alumnado tan complicado no es algo habitual, y ciertamente merece un reconocimiento. No cabe duda que devolver a la palestra a personas que coqueteaban ya con la desidia supone un beneficio para la sociedad.
Pero es inevitable plantearse algunas cuestiones: ¿Hasta qué punto es asumible echarle un pulso al fracaso?¿Cuántos recursos estamos dispuestos a utilizar? No es descabellado afrontar el problema buscando la raíz. Es decir, planteando en su lugar una reforma del sistema educativo, que parece tener "una china en el zapato": la obligatoriedad de la enseñanza secundaria, la falta de flexibilidad...
Y, en cualquier caso, los factores del fracaso son múltiples y complejos: ¿Qué hay de la responsabilidad de las familias y de los propios alumnos? ¿Y de sus circunstancias?
Mucha tela que cortar.
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